Levantar la mano

La problemática del maltrato contra las mujeres-parejas desde un principio relegada al ámbito doméstico-familiar fue poco a poco visibilizada por organizaciones que se dedicaban al asesoramiento de aquellas que se separaban y/o divorciaban. En los últimos años, la Argentina ha vivido crecientes proc...

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Detalles Bibliográficos
Autores principales: Arnau Short, Agustín, Obradovich, Gabriel
Publicado: 2019
Materias:
Acceso en línea:https://bdigital.uncu.edu.ar/fichas.php?idobjeto=12580
Descripción
Sumario:La problemática del maltrato contra las mujeres-parejas desde un principio relegada al ámbito doméstico-familiar fue poco a poco visibilizada por organizaciones que se dedicaban al asesoramiento de aquellas que se separaban y/o divorciaban. En los últimos años, la Argentina ha vivido crecientes procesos de politización de lo personal en clave feminista y la violencia de género ha sido uno de sus estandartes. La presencia del hombre, rechazada desde sus inicios, ha ido apareciendo poco a poco en el escenario actual como una pieza ineludible a ser tratada. De esta manera, la figura social del hombre violento emerge en un intricado mapa institucional signado por una diversidad de emprendedores morales que moldean colectivamente no solo las definiciones del problema, sino también, la manera en que debe abordarse. De allí que tomamos como unidad de análisis los “Talleres de reeducación emocional y responsabilidad social para varones que ejercen violencia de género”, organizados por el área Mujer y diversidad sexual de la Municipalidad de la ciudad de Santa Fe (Argentina). Dicho taller constituyó a lo largo de un año de observación participante un espejo en el cual ver reflejados complejos procesos que pretendemos presentar bajo tres dimensiones analíticas: una social, una institucional y una individual. Nuestra conjetura inicial es que estamos ante una subjetivación social de una masculinidad deteriorada. Dichos procesos van desde la construcción social e histórica del problema público de la violencia de género, pasando por experiencias de desviación, etiquetamiento y estigmatización, hasta llegar al arduo trabajo emocional ritual-religioso que psicólogos dirigen una vez por semana durante una hora.